Todo parece indicar que Nicolás Maduro
pretende conducir a Venezuela al Socialismo Real, aunque la ruta para alcanzar
esa meta transite por el caos social, del que podrían derivarse situaciones
cruentas con consecuencias catastróficas para el país.
La anarquía
inducida favorece al régimen. La agudización de las crisis le posibilita
imponer controles más
férreos en el aspecto económico y en el político. Un estado de crispación
social justificaría vigilancias más estrictas y disposiciones que limitarían los
derechos ciudadanos a niveles sin precedentes en los gobiernos bolivarianos, y
menos todavía en la democracia venezolana que el difunto Chávez bautizó como la
"cuarta república".
Una
especie de aviso de lo que puede ser el futuro para los venezolanos es la
intensa campaña de descredito patrocinada por el gobierno contra los líderes de
la oposición, y el hecho de que recientemente las autoridades clausuraran
cincuenta páginas en las redes sociales en las que se informaba sobre la
cotización del dólar.
El gobierno de Venezuela, como nunca antes
en el pasado, favorece la lucha de clases y la conflictividad social, al
responsabilizar a los propietarios y a los políticos de la oposición de los problemas que padece el país,
situación que conduce a la radicalización del proceso del que Maduro confía
salir fortalecido, porque aunque no cuenta con el absoluto respaldo de los
partidarios del régimen, está conscientes que la nomenclatura actuará en base a
los intereses de todos, y en ese juego tiene un papel clave la cúpula de las
fuerzas armadas.
El escenario que se aprecia en Venezuela
no deja de ser paradójico, porque mientras la dictadura de los hermanos Castro
se mueve hacia algunos aspectos del modelo que Hugo Chávez bautizó como
Socialismo del Siglo XXI, el heredero del déspota, Maduro, está reproduciendo las fórmulas
económicas y políticas de gobierno que fracasaron en la extinta Unión Soviética
y en la propia Cuba.
Veamos. Los espacios de prensa libre se
han reducido radicalmente. Las fuerzas gremiales y sindicales no tienen la
relevancia del pasado. La presencia militar y burocrática del castrismo en las
fuerzas armadas y los servicios públicos, es una copia a carbón de la soviética
en Cuba a partir de 1960, fortaleciéndose en las décadas siguientes hasta la
desintegración de la Unión Soviética.
Un aspecto en el que el modelo castrista
nunca será copiado por los bolivarianos es la economía.
En la isla desapareció la propiedad
privada, mientras en Venezuela eso no será posible porque el régimen Chávez-Maduro,
permitiendo todas las formas de corrupción, ha creado una nueva clase de ricos
que gustan mucho de los Rolex y Lamborghini.
Respetar
y ayudar al enriquecimiento de ese sector con los privilegios que le confiere
el gobierno, es casi tan importante como controlar las instituciones del estado
y el alto mando militar. Los nuevos ricos venezolanos no solo compiten en lujos
y bienes con sus pares que les precedieron, sino que esperan que sus inmensos
bienes les otorguen legitimidad más allá de la existencia del régimen que los
creo.
No obstante Maduro procederá contra la propiedad privada en la medida que esta sea independiente de su autoridad y apoye a los sectores de la oposición. La campaña contra la "especulación y el acaparamiento", está dirigida a los propietarios que no respondan al gobierno, incluido los "nuevos ricos" que se atrevan a cuestionar las acciones de la cúpula del régimen.
Son muchos los factores que han
determinado que Maduro busque “blindarse”, entre ellos, no contar con el apoyo popular que
disfrutó Chávez, ni con el respaldo que el desaparecido comandante disfrutó
entre los factores que conformaron el movimiento político que lo llevó al
poder, una situación que obliga al gobernante a buscar diferentes mecanismos
para proyectar su imagen y llenar el vacío dejado por el conductor
desaparecido.
Maduro heredó de Chávez el control
absoluto de las instituciones del
estado, lo que permitió a la mayoría oficialista de la Asamblea Nacional,
desaforar a una diputada y alcanzar el número
de votos necesarios para aprobar una Ley Habilitante que según la legislación
venezolana permite al Presidente dictar “decretos con rango, valor y fuerza de
ley”, una potestad que lo sitúa por encima del resto de los poderes del estado.
Maduro, similar a lo que hizo Chávez en
varias ocasiones durante sus mandatos, imita a los patricios romanos y procura legitimar la dictadura con el
voto de los legisladores para actuar sin restricciones legales contra los
sectores que le adversen, porque al igual que Fidel Castro, el gran mentor de
los tiranos, su voluntad es la de la nación y quienes se opongan a ella están
contra el pueblo, porque él es el único capaz de representar las necesidades y
aspiraciones de todos los ciudadanos venezolanos.
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