mayo 30, 2013

De la guerrilla urbana a la Presidencia

                                                                                                         
                                  Pedro Corzo
Sin duda alguna la vida tiene sorpresas, y eso lo confirma la vida y gestión presidencial de José Mujica en Uruguay.

Los que vivimos los duros años sesenta y setenta recordamos los Tupamaros, como la guerrilla urbana más violenta y sangrienta de todas las que operaron en América Latina, y el presidente Mujica fue unos de los líderes de una entidad que no dudó en matar, por alcanzar el poder.

Si un país en el hemisferio no necesitaba de la violencia para resolver sus problemas era Uruguay. No es que fuera una sociedad perfecta y lo suficientemente justa para no demandar profundas reformas, pero existían los ingredientes sociales y políticos para producir los progresos que demandaba la sociedad nacional sin tener que llegar a la violencia.

De hecho en el país no había tenido lugar una sublevación armada desde los tiempos de Aparicio Saravia, de ahí que la violencia de los Tupamaros, respondiera perfectamente al foquismo guevarista, de que una vanguardia consciente y organizada sería capaz de producir acciones que facilitarían una espiral de violencia revolucionaria y represiva, en la que al final la acción del pueblo impondría la voluntad de los insurgentes.

La subversión castrista nutrió de recursos a los Tupamaros. Fue su santuario, envió sus agentes a ese país y estuvo involucrada  en la muerte del funcionario estadounidense, Dan Mitrione.

Cuando José Mujica asumió la presidencia de Uruguay hubo una alarma racional, a pesar de que en los últimos años su quehacer político en alguna medida restaba aristas a su pasado extremista.

Mujica fue uno de esos hombres mujeres que cargados de ideales, aunque la mayoría eran antisociales y oportunistas, quisieron apresurar los procesos sociales para imponer una utopía que en su búsqueda, les deshumanizaba tanto o más, que a sus propios represores. Los crímenes de los Tupamaros fueron muchos. Su violencia indiscriminada favoreció el establecimiento de una cruenta dictadura.

Fue un proceso duro que le costó al país, muchas muertes y devastación, a Mujica a 14 años de prisión. Salió de la cárcel cuando en el país se restableció la democracia, pero aparentemente junto con sus años de cárcel se quedaron las ideas de que la violencia era el medio más efectivo para alcanzar el poder y asumió que la vía más honorable y justa era aquella en la que el pueblo podía elegir libremente a sus gobernantes.

Todo parece indicar que también dejó atrás el iluminismo, ese voluntarismo mágico que caracteriza a muchos líderes del hemisferio que creen que con solo desear los cambios, los vientos y las mareas están bajo su control.
Mujica es mejor exponente de la que la vida transforma cuando el individuo está dispuesto a aprender de sus errores y se crece respetando a las opiniones y valores de los otros.

El presidente Mujica mantiene sus inclinaciones ideológicas. Está más próximo del socialismo del Siglo XXI, de gobernantes del corte de Evo Morales, Rafael Correa o el difunto Hugo Chávez. No esperemos que ataque la dictadura de los hermanos Castro ni que se vuelva un demócrata liberal, pero aparentemente se ha percatado que solo la libertad garantiza el progreso y  hasta el momento ha respetado la libertad y los derechos ciudadanos.

La confirmación de su madurez política se evidencia cuando en la Plaza de la Independencia, marzo, 2010, durante su primer discurso como presidente, dijo que reivindicaba la institucionalidad e hizo un llamado a su defensa y expresó: “No dirán que no soy una criatura domesticada. Pero amigos, estas formalidades que dan garantías, podrán ser aburridas, pero son una necesidad institucional que hay que defender”.

Relativamente próximo el final de su mandato  no hay signo que permitan avizorar que Uruguay corre el riesgo que sus autoridades promuevan una ruptura de la institucionalidad. No hay gesto que indique que el estado de derecho está en peligro.

La gestión de gobierno de José Mujica permite apreciar que no se encuentra entre los iluminados, esos que no cesan de generar conflictos internos para pescar y aplastar los derechos de sus ciudadanos.

Una excelente manera para conocer los problemas  internos que enfrenta un país es el tipo de liderazgo que práctica su clase dirigente y los titulares que conquista en los medios informativos y Mujica es sin dudas un hombre modesto en sus gustos y gastos, bien distante de la ostentación de muchos de sus pares.

Aparentemente el Presidente dejó bien atrás la idea de que el mundo lo podía moldear a su antojo un grupo de iluminados inspirados en el mesías de turno.


Todo parece indicar que la violencia y la ingeniería social forzada  Tupamara quedó en el pasado y que los líderes políticos uruguayos no quieren experimentar con formas políticas que les alejen de una verdadera democracia.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario