“ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para tí han de ser sagradas
como las hijas del Cid".
Andrés Eloy Blanco
Podremos estar de acuerdo con las actuaciones de algunas mandatarias, discrepar con sus compromisos ideológicos y hasta cuestionar su conducta pública, tal y como hacemos con los hombres, pero es evidente que la llegada de la féminas al escenario político le dan a este un carácter más amplio, profundo y justo, que cuando la política era un predio exclusivo del sexo masculino.
A esta realidad debemos agregar el factor que se está presentando en Chile donde en las próximas elecciones presidenciales las favoritas son dos mujeres, con la particularidad de que ambas representan por herencia, un pasado que dividió a la nación y que todavía no ha sido superado del todo.
Las candidatas Evelyn Matthei, hija del general de la Fuerza Aérea, Fernando Matthei,
exministro de Salud y miembro de la Junta Militar de la dictadura de Augusto
Pinochet y Michelle Bachelet, hija del también general Alberto Bachelet,
torturado por sus camaradas por oponerse al golpe militar y muerto en prisión
en 1974, donde fue encerrado por "traición a la patria”.
Como se aprecia ambas mujeres
tienen orígenes familiares muy semejantes, pero las decisiones de sus respectivos
padres ejercieron una fuerte influencia en el futuro de cada una de ellas, determinando
en cierta medida, las acciones de vida y los compromisos de cada una.
La médica pediatra Bachelet, 62
años, candidata a la Concertación de Partidos por la Democracia, perseguida
política, exiliada, y ex presidente de la República, tuvo después del golpe una
vida distinta a la de su rival, la ex ministra del Trabajo y economista Matthei,
60 años, candidata por la Unión Demócrata Independiente, permaneció en Chile en
el círculo de gobierno, por lo que no
padeció las angustias y sufrimientos de su rival.
La vida de ambas mujeres hace
muy particular el proceso electoral chileno y abre una ventana de lo que puede
ocurrir en otros países, con los hijos de los déspotas y los de sus opositores,
ya que los antecedentes paternos de cada aspirante, pueden influenciar de forma
determinante en la elección o derrota de un candidato.
Chile es un ejemplo de lo que puede
ocurrir en Cuba cuando concluya el totalitarismo castrista y se establezca en
la isla una sociedad en la que se respeten los derechos humanos, se celebren periódicamente
elecciones plurales tal y como ocurre en
los países del cono sur donde imperaron dictaduras militares, evidentemente
distinta a la cubana, pero dictaduras a fin de cuentas.
Pero imaginemos unos comicios
en Cuba con todas las garantías necesarias,
donde un descendiente directo de los Castro o de cualquiera de sus
testaferros, aspire a la presidencia de la República y que frente a ese
candidato se esté postulando un hijo o
nieto de uno de los muchos fusilados, apellidase Sorí Marín, Ramírez o Prieto,
por solo citar tres apellidos de miles.
La situación para el elector puede
ser compleja, aunque solo debería remitirse a los antecedentes del individuo.
Por ejemplo si el candidato
fuese Mariela Castro, hija de Raúl Castro, la decisión no debería ser difícil
para aquellos que consideran nefasta la dictadura de los hermanos Castro, no
porque ella sea la hija del dictador sucesor, sino porque esta señora ha desempeñado
importantes cargos en la dictadura que conduce su padre.
Ha sido una funcionaria importante
del régimen, conoce las violaciones en las que el gobierno ha incurrido de forma
sistemática y permanente.
Los mismos patrones deberían
regir para otros descendientes de dictadores que hayan tenido participación en
el gobierno de sus padres pero sería pernicioso para la
sociedad en su conjunto, oponerse a un
candidato que no ha estado vinculado por acción a una dictadura, a excepción
del lazo sanguíneo con sus conductores.
En realidad los antecedentes
familiares no deberían determinar en las decisiones de los electores. El voto
debe emitirse en base a los valores y conducta del postulante, a la historia de
vida del candidato, aunque en realidad a la mayor parte de las personas les
resulta muy difícil superar la historia
familiar del aspirante a un cargo público.
Ninguna persona está comprometida
con las acciones de sus padres, solo de las propias, así como el elector es el
responsable del gobierno que eligió, o del que resultó electo por su
abstención.
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