Pedro
Corzo
Todos
los déspotas, sin importar ideología o procedencia, son más enemigos de
la libertad de prensa y de expresión que de los sectores que se les oponen,
porque son conscientes que la información libre es el factor que más
perjudica sus propósitos de conservar el poder e imponer su voluntad.
Las
dictaduras militares que ensombrecieron América Latina en el pasado siglo
XX practicaban la censura de los medios de información para evitar que se
divulgaran las violaciones a los derechos humanos en que incurrían con
regularidad, pero esas restricciones eran temporales y cuando la censura era
levantada, los medios publicaban las noticias que habían sido represadas
por el régimen.
En cambio los autócratas de la nueva ola gustan al igual que sus pares
castrenses censurar e intimidar a los periodistas y a los medios, pero su
objetivo final es controlar la información para que la censura sea permanente y
no temporal.
El
control o la ausencia de las libertades de expresión e información es una
práctica casi constante en América Latina aun por gobiernos que han sido
electos por sus pueblos y cuenta con la legitimidad del voto, hay que reconocer
que Cuba es una excepción porque en ese país todos los medios fueron
confiscados y cincuenta y cuatro años después, permanecen bajo el control
absoluto del gobierno.
Gobiernos
como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina, entre
otros, procuran legalmente imponer restricciones que limitan la capacidad
de informar y en consecuencia el derecho del ciudadano de estar informado.
Los
presidentes de estos países son censores de oficio. Prestan a los medios una
particular atención porque rechazan admitir que se divulgue información
que
refute la oficial.
La
situación de Cuba es muy singular. La censura en la isla es total. Los
medios están controlados y los periodistas de esas entidades hay que
calificarlos de oficiales, porque no tienen la potestad de investigar o
elaborar un trabajo que no haya sido previamente sometido a la censura, de ahí
que en la isla de los Castro haya surgido un periodismo independiente que
implica grandes riesgos para los hombres y mujeres que lo practican.
En
Venezuela, desde que el desaparecido Hugo Chávez accedió al gobierno, la
independencia de los medios de información ha sido severamente restringida,
situación que se ha incrementado bajo el mandato de Nicolás Maduro, que al no
tener el control de Chávez sobre sus partidarios y aliados, tampoco su
popularidad, va hacia un proceso de radicalización y concentración de poderes
con el objetivo de continuar tutelando los destinos del país.
Maduro,
imitando una disposición sobre la prensa emitida por la dictadura cubana en
1999, Ley 88 de Protección de la
Independencia Nacional y la Economía de Cuba, recientemente creó el Centro Estratégico de Seguridad y
Protección de la Patria, “una entidad que tendrá la autoridad de declarar de
carácter reservado, clasificado o de divulgación limitada cualquier
información, hecho o circunstancia con el fin de preservar la seguridad
nacional, así como también prever y neutralizar potenciales amenazas de
enemigos internos o externos”.
Si la
Ley 88 de Castro dio fundamento para la tristemente famosa Primavera
Negra de Cuba, en la que fueron arrestados entre otros activistas,
decenas de periodistas independientes, el Cesppa de Maduro ya está
prestando servicios invalorables al déspota venezolano.
Por
ejemplo el periodista Víctor Hugo Donaire fue arrestado por denunciar que agentes de la
policía judicial venezolana conducían automóviles de lujo y usaba joyas llamativas
y el responsable de un titular en el diario 2001 sobre la escasez de gasolina
en la ciudad capital, puede ir a prisión porque la fiscalía de Venezuela, por
solicitud presidencial, inició un proceso judicial porque considera que
titulares como esos crean zozobra en la sociedad.
El que
la censura se sostenga sobre una legislación no la hace menos perjudicial al
disfrute del ciudadano de sus libertades básicas.
Lo que acontece en Cuba y Venezuela y amenaza con suceder en otros
países del continente, es un mal que demanda acciones enérgicas por
parte de los afectados, pero también la solidaridad activa de todo ciudadano
libre porque la globalización no solo se expresa en el comercio y el desarrollo
tecnológico, también se expresa en la capacidad que tienen los dictadores en
coordinar esfuerzos y estrategias para que el ciudadano se transforme en un
siervo que debe servir fielmente a quien se ha convertido en su amo.
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