Por Pedro Corzo
El capitán de la contrainteligencia castrista,
Ernesto Borges Pérez, fue arrestado en 1998, por intentar pasar información
sobre 26 espías que la dictadura preparaba para infiltrar en suelo
estadounidense. Un hombre libre, que como otros muchos ciudadanos cubanos,
hombres y mujeres, han perdido la salud y envejecidos en la cárcel por defender
sus convicciones.
Los cubanos en general, los de mi generación en
particular, tienen la dolorosa distinción de haber perdido amigos y conocidos
frente al paredón de fusilamiento y la penosa particularidad de saber y
conocer que un número apabullante de compatriotas han estado en
prisión, no un año o dos, sino decenas, como han sido los casos de Amado
Rodríguez, Roberto Jiménez, Ángel de Fana, Ernesto Díaz Rodríguez y muchos más,
que ingresaron a prisión en sus veinte y salieron rondando los cincuenta.
Ejemplarmente esos extensos años de presidio no
concluyeron con un linaje específico si tasamos así a quienes fueron acusados
de contrarrevolucionarios cuando en realidad lo que trataron, desde Huber Matos
a Mario Chanes de Armas, pasando por Armando Sosa Fortuny, fue
impedir que el siempre amenazante marxismo se apropiara de un proceso en el que
todos habían cifrado sus esperanzas de una Cuba mejor.
La realidad de que todo cubano puede luchar por los
derechos de todos la sustenta el caso de Ernesto Borges Pérez, 1966. Borges, al igual que
muchos de los que nacieron en los 60, creyó en la utopía castrista, sumándose a
las huestes del flautista de Birán en la certeza de que estaban construyendo
una patria justa. El castrismo los manipuló, los usó, a veces, como carne de
cañón enviándolo a guerras imperiales al servicio de una potencia extranjera,
Unión Soviética, o convirtiéndolos en despiadados verdugos de sus conciudadanos.
Los esbirros de la dictadura se han ensañado con un
joven que asumió a plenitud su prerrogativa de pensar libremente. Borges cumple
22 años tras las rejas, de los cuales, al menos 10, han sido en celdas de
aislamiento, sin ventilación y en la oscuridad. Está casi ciego y
tiene otros muchos serios quebrantos de salud.
Por suerte para su dignidad personal,
por desgracia para su humanidad, Borges Pérez se percató de la naturaleza
criminal de la utopía y la enfrentó con gran coraje. El decoro lo ha conducido
a envejecer en prisión y a enfrentar el riesgo permanente de perder
la vida en la cárcel por haber combatido una dictadura.
Sobre la prisión han escrito y hablado
numerosos autores que se han percatado que las cárceles demandan ser atendidas
por un espécimen animal con una clara inclinación a la crueldad, razón por la
cual el novelista y ex preso político, José Antonio Albertini,
escribió, “Los represores y carceleros pertenecen a una
raza, carente de Dios, filosofía y humanismo”.
Una personalidad de muchos coraje, físico y moral, un
político que actuaba en base a sus convicciones y no por corrección política,
Nelson Mandela, escribió, “ Un hombre que le quita la libertad a otro hombre es
prisionero del odio, está encerrado tras las rejas de los prejuicios y la
incapacidad de ver más allá... a los oprimidos y a los opresores se les priva
de su humanidad por igual".
Una frase que entalla perfectamente al régimen
totalitario castrista que incompresiblemente Mandela nunca condenó. El régimen
cubano ha encarcelado en estos sesenta años a más de medio millón de sus
ciudadanos por motivos políticos. La prisión política en Cuba es algo muy
común, delitos como el “crimental” que figurara el novelista George Orwell en
su libro de ficción política que amenaza en convertirse en realidad,
“1984”, es frecuente. Ir a prisión por solo pensar escribir un libro
donde no existe la posibilidad más remota de
publicarlo, es una regla que los sicarios de la dictadura cumplen
celosamente.
El régimen cubano ha sido por oficio motivador de odio y
exclusión, como consecuencia de su naturaleza represiva. En la isla hay decenas
de miles de personas en prisión por actos que en cualquier otra sociedad son
legítimos y seis décadas después de haberse inaugurado la tiranía hay 134 personas
condenadas por reivindicar su derecho a pensar y actuar libremente, según la
ONG, Prisoners Defenders.
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