septiembre 27, 2020

Arnaldo Socorro, asesinado por su fe

                                                                                      Pedro Corzo 

Arnaldo Socorro (1944-1961). Foto Archivo Cuba
Aunque la Revolución pretendió darle al triunfo insurreccional un ligero cariz religioso, muy pronto la creencia en otro ser superior se convirtió en el enemigo más temido de la insurrección triunfante, ya que Fidel Castro no podía permitir otra religión que no fuera 
encarnada en él.  

La asistencia a la iglesia se redujo dramáticamente y las personas negaron su creencia en Cristo no tres veces, sino en infinidad de ocasiones. En Cuba se instaló una nueva religión en la que el Dios era Fidel Castro y el castrolicismo la verdad revelada.
  
El régimen impuso valores y normas que se inspiraron  en el pensamiento de Fidel y en el marxismo, con la premisa de que la "Religión era el Opio de los Pueblos". Se atacó a fondo los fundamentos éticos de la sociedad,  siendo uno de sus objetivos  más importantes las religiones en general y la iglesia Católica,  el blanco clave a destruir, para así construir el nuevo orden prometido.  

Fue una experiencia indeleble para los creyentes que en defensa de su fe fueron discriminados, perseguidos, humillados, encarcelados y fusilados, como ocurrió entre otros muchos, con Alberto Tapia Ruano y Virgilio Campanería, quienes antes de morir, gritaron Viva Cristo Rey.   
 
Los ataques verbales contra la Iglesia en general y la Católica en particular se incrementaron, los feligreses empezaron a ser acosados y aquellos que no tenían una profunda fe cedieron ante la presión, sin embargo, un número importante de fieles, a pesar de que la represión aumentaba y la discriminación se acentuaba, mantuvieron su compromiso religioso siendo uno de ellos el joven Arnaldo Socorro.  

Socorro era natural de Unión de Reyes Matanzas, pero en su adolescencia la familia se  trasladó para la capital de la Isla. Una beca le dio la oportunidad de estudiar en el Colegio de Belén donde se incorporó a la Juventud Obrera Católica en la que militaba cuando el 10 de septiembre de 1961 fue convocada una procesión 
con la imagen de la Santísima Virgen María, Patrona de Cuba bajó a nombre de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.  

La procesión partiría desde la iglesia de La Caridad, bajo la guía del entonces Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de La Habana,  Monseñor Eduardo Boza Masvidal, uno de los más valientes censores del régimen castrista, quien fuera expulsado de Cuba una semana después con otros 130 sacerdotes.  

Arnaldo fue hasta la iglesia para participar en una procesión religiosa que indudablemente era una expresión de rechazo al gobierno. En el lugar supo que las autoridades habían prohibido la Procesión, sin embargo, al igual que miles de personas,  permaneció  frente a la Iglesia para exigir que sus derechos fueran respetados, cobijado con una imagen de la Virgen marchó a la cabeza de los centenares de personas que decidieron seguirle, dando vivas a Cristo Rey, a la Virgen y a la libertad, tal como en ese momento muchos de los jóvenes fusilados por la dictadura lo gritaban frente al paredón de fusilamiento.  

El coraje de Socorro no sería respetado por el régimen y sus sicarios. Un esbirro, consciente de su impunidad, descargó su metralleta checa en su contra, el joven cayó al suelo mortalmente herido.  

Tenía 17 años cuando fue asesinado,  pero a la falta se sumó como bien afirma el periodista Julio Estorino, “el crimen y el ultraje”, al régimen proclamar que el joven asesinado  era un revolucionario que habla ido al lugar de los sucesos para impedir un acto de los esbirros con sotana,  como identificaba el castrismo a los sacerdotes católicos.  

El asesinato le fue achacado al sacerdote Agnelio Blanco quien en el momento de los hechos estaba en la Isla de Pinos, otra cruel mentira en la amplia campaña de difamación del castrismo en contra de sus críticos. 

Ahí no terminó la maldad. Oficiales de la Seguridad del Estado fueron a la casa de Arnaldo Socorro, amenazaron a la familia y lo enterraron como un combatiente asesinado por la contrarrevolución, sin duda alguna, la dictadura invistió a otro cubano  con su crimen, como mártir de la Patria. 

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