septiembre 07, 2020

Los distópicos

                                                                                                                       Pedro Corzo 
Según el diccionario esta palabra no existe pero habría que inventarla por el número importante de personas que luchan por lo opuesto a la utopía, aunque en muchas ocasiones esas quimeras se convierten en horribles pesadillas.  

A través de los siglos millones de personas se han identificado con caudillos, doctrinas e ideologías al extremo de matar y morir por lo que creen, pero, en honor a la verdad, es muy difícil entender  a quienes  defienden proyectos fallidos cuando han tenido la oportunidad de apreciar cómo se comportan esos designios en la realidad.  

Esos individuos sin duda alguna tienen una fuerte vocación a ser anulados, extinguidos por lo mismo que promueven. Las personas que patrocinan ideologías o empresas fracasadas, sustentadas en  principios y normas que conducen al desastre, deberían estar recluidas en centros siquiátricos porque tienen una indiscutible vocación suicida que flirtea con el homicidio.  

Ninguna persona sensata puede argüir que el nazi fascismo es una propuesta justa y respetuosa de la dignidad humana, tampoco se puede plantear algo similar sobre el comunismo o negar que sea un proyecto que solo sirve para crear una clase parasita que suprime los derechos ciudadanos.  

En una película inspirada en la vida real,  titulada “La Roja Joan”,  el hijo del personaje central le pregunta enfadado a su madre porque había traicionado a su patria, la Gran Bretaña, pasándole información a un régimen criminal como el de  la Unión Soviética de José Stalin, la respuesta de la roja Joan fue que cuando ella espiaba para la URSS se desconocían todas las aberraciones de ese sistema y la crueldad de sus líderes, pretexto que no tienen los jóvenes y ancianos que promueven actualmente ideas extremistas como solución mágica  para los problemas del presente.  

La réplica del personaje no es nada nueva. Desconocer la realidad y ajustar las consecuencias de los acontecimientos a su conveniencia, es un actuar de muchos sujetos que no siempre reaccionan cuando son pisoteados.  

Este argumento de la espía fundamentada en la ignorancia de los abusos en los que incurrían sus amos,  conduce a especular sobre los motivos que impulsan a quienes a sabiendas del fracaso absoluto del Socialismo Real y su vástago el Socialismo del Siglo XXI, siguen promoviendo esos proyectos fallidos.  

José Martí, escribió, “La ignorancia mata a los pueblos, por eso es preciso matar a la ignorancia”, desgraciadamente,  en estos tiempos estamos conviviendo con intelectuales, académicos y políticos relevantes,  que han determinado ser ignorantes, en consecuencia la máxima martiana no puede ser usada.   

Es difícil entender la causa por la qué  no pocos jóvenes nacidos en una sociedad abierta como la estadounidense, consideran el capitalismo como aberración y no aceptan que los avances de la humanidad están sustentados  en el derecho ciudadanos  de actuar y pensar con libertad y emprender la forma  de vida para la que se sientan más aptos.  

Cualquier individuo con sentido común se queda perplejo escuchando algunas de las propuestas de personas con credenciales universitarias, con empleos bien remunerados y hasta ocupando cargos públicos. Sus planteamientos buscan extinguir la sociedad que conocemos partiendo de una redistribución de la riqueza que dirigirán personas que nunca fueron capaces de producir nada.   

Agapito Rivera

Estos mensajeros del desastre  no son capaces de concluir lo que un humilde campesino cubano determinó cuando vio que el régimen de Fidel Castro despojaba a los campesinos y pequeños comerciantes de sus escasos bienes. Agapito Rivera, cuando vio aquello se dijo, “A esta gente le quitan lo poco que tienen, entonces a mí, que no tengo nada,  me están robando la esperanza de tener una vida mejor”.  

El histórico premier británico, Winston Churchill, un acérrimo defensor de sus convicciones sin entrar en cuentas si eran o no políticamente correctas como le acontece hoy a la mayoría de los políticos conservadores, expreso sin miramientos, “El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de la riqueza; la virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de la miseria.”  

Esta afirmación debería ser estudiada por quienes invierten en la destrucción de un sistema que a pesar de sus imperfecciones es que el más ha favorecido las condiciones de vida del ser humano. No obstante, en los países donde se celebran elecciones, es el elector quien tendrá la última palabra sobre si quiere un gobierno que construya muros para que sus ciudadanos no se vayan. 

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