junio 28, 2020

Pandemia, en tiempos de utopía


Por Pedro Corzo

Algunos acontecimientos de este 2020 me han conducido a recordar la década de los 60, años de sueños que al final redundaron en horribles pesadillas.  Época en la  que un amplio número de personas aspiró a grandes y profundas soluciones recurriendo para concretarlas en sacrificios y abusos, convencidos de que el fin justificaba los medios.

Los tiempos como qué se repiten. En los sesenta la mayoría de los actores políticos,  amparados en una ideología con una sorprendente capacidad de sobrevivencia,  el marxismo, lucharon supuestamente por construir un mundo de oportunidades para todos cuando en realidad estaba empedrando el camino de un infierno que duro hasta la caída del Muro de Berlín, que al parecer, algunos quieren reconstruir.  

Los sesenta fueron los años de los Sueños. Frente a la teoría de la Destrucción Mutua Asegurada, -uso masivo de artefactos nucleares en caso de conflicto-, la permanente crisis de una guerra fría que mutaba a rojo con demasiada frecuencia -Crisis de Berlín, de los Misiles en Cuba, Guerra de los Seis Días, Guerra de Vietnam,  los Gulags soviético, la Revolución Cultural de Mao y los paredones de Fidel Castro- no cesaba de irrumpir un anhelo de cambio, una necesidad vital de destruir viejas estructuras para crear un mundo supuestamente más justo, donde la soberanía de las naciones fuese una realidad entre iguales, la riqueza un disfrute de todos y la libertad instrumento y fin para conquistar la justicia individual y social.

El ansia de un mundo mejor latía en muchas naciones y se acrecentaba en aquellas que hacían consciencia de sus limitaciones y las injusticias de que eran objeto. Ese nuevo mundo no geográfico, sino socio-político, con plena consciencia de necesidad de redención, era multirracial, de vastísima pluralidad religiosa, de lenguas diferentes, de culturas y tradiciones a veces en conflicto y de formas e ideas políticas diversas.

El Marxismo, con todas sus aberraciones, fue para los conversos el único instrumento de justicia. Renegaron de la inversión extranjera, censuraron la actividad económica privada, instrumentaron un culto al estado-todo-poderoso, una metrópoli política suplantaba la nación y el derecho del individuo nada significaba ante la masa irredenta.
  
En ese sueño ocupó un lugar prominente la Revolución Cubana. Los harapos de los barbudos embriagaron el lirismo justiciero de los inconformes. El discurso antiimperialista,  la dependencia y fidelidad a Moscú, los subsidios de la URSS, ofrecieron una imagen que ocultaba los fracasos económicos del castrismo,  la violación de los derechos humanos y la pérdida total de la soberanía. 


El soldado cubano se convirtió en instrumento mercenario  de los apetitos imperiales del Kremlin.
Sin embargo, la ilusión de un desarrollo acelerado con justicia social, de libertades sin restricciones con fórmulas marxistas, se derrumbó cuando el bloque soviético, incluida la Madre Patria Socialista, cayó por consunción  y no por los misiles capitalistas.

En ese entonces fue cuando se hizo público que no existía tal justicia ni desarrollo. Se evidenció  que los pueblos estaban hartos de la farsa y que repudiaban a los artífices de la estafa más grande de la historia. Sin  embargo, la mala memoria ciudadanía y la vocación suicida y homicida de nuevos autores ha provocado   el renacimiento del marxismo que tiene más vidas que un gato.

Los frustrados constructores del  “Nuevo Mundo” bregaron por acelerar el desarrollo económico con estabilidad política y económica, los actuales ingenieros sociales procuran transformaciones radicales reescribiendo la historia y conculcando derechos ciudadanos  aun antes de conquistar el poder.

En la quimera de los sesenta la mayoría se perdió  en el abrazo de oso de la utopía marxista, el populismo demagógico y el caudillismo militar, todo aderezado con el marxismo, convencidos de que quemarían etapas de desarrollo y alcanzarían sus metas. En esta nueva coyuntura el fascismo sazona el histórico marxismo. Un número creciente de personas atropellan los derechos de los otros  y no pocas autoridades otorgan facultades a los depredadores.

Los sueños de los años sesenta alcanzaron el delirio cuando la dirigencia contestataria tomó el socialismo real como prototipo, situación que parece repetirse en este 2020 con las propuestas redentoras de los siempre enfebrecidos iluminados por la intolerancia y el poder, tanto marxistas como fascistas, todos febriles con el Covid19.

junio 19, 2020

Estados Unidos, el país que no podemos perder

Por Pedro Corzo


Permitir el vandalismo, que es lo que se está apreciando en muchas de las protestas que se realizan en el país cae a horcajadas en aquel decir de Thomas Mann: “La tolerancia es un crimen cuando aquello que se tolera es el mal".
Los saqueos a los comercios, quema de vehículos, destrucción de bienes públicos, así como los abusos contra personas que disienten de las protestas, son actos intolerables y las autoridades deben  actuar contra esas agresiones sin pedirle permiso a los vándalos;  estén motivados políticamente o sean simples delincuentes comunes.
Muchas de las protestas no son coyunturales, no están orientadas a un presidente en particular o contra un partido. Tampoco son estricta consecuencia de un indigno crimen como fue la muerte de George Floyd, muchos de estos actos violentos están dirigidos contra lo que significa este país, son rechazos violentos a nuestra forma de vida, a nuestra identidad.
Hace más de un centenar de años el asesino en serie Vladimir Ilich Lenin dijo que los capitalistas son capaces de vender la soga con la que serán colgados. Hoy se aprecia que la falta de convicciones de un sector de la clase dirigente y de ciertas autoridades, es otro tipo de cuerda que igualmente puede asfixiarnos; motivo por el cual, cuando veo la actitud de algunos cuerpos de policías y funcionarios me vienen a la memoria los soldados rusos que tiraron sus armas para no combatir al ejército alemán en los días de la revolución bolchevique en ese país. La vergüenza por un crimen y el respeto a su víctima, no debe conducirnos a la estulticia de no defender el conjunto de los valores y normas sobre los cuales se han desarrollado nuestras vidas.
Estamos inmersos en un conflicto cultural, reflejo del fracaso de las propuestas extremistas. Las ideas de nuestros enemigos han sido sustituidas por el perfil de la victimización. Los héroes han sido canibalizado por los martirizados.  Las imágenes más que las palabras son el medio para trasmitir ideas y mensajes, lo que genera un ambiente de desinformación particularmente difícil para el ciudadano promedio.
Destruir este país es la meta de quienes con el pretexto de la perfección absoluta conducen a sus partidarios a una condición de indefensión en la que todos los derechos han sido anulados. La hoz y el martillo pintoreteado en más de un monumento en estas semanas, muestra la intención de quienes usan las manifestaciones legítimas de descontentos para avanzar su agenda a favor de cambios sustanciales en la nación.
Por otra parte la rapidez con la que se extendieron las protestas a la nación y su internacionalización, sugiere una coordinación eficiente y con recursos.
El odio a lo que significa Estados Unidos es vasto y profundo en más de una ideología, y en numerosas personas. La expresión “si tiran piedras es porque estamos cabalgando” es muy válida en relación a este país porque a través de su historia, particularmente en este momento, no le han faltado quienes gustan ladrarle o tirarle piedras,  porque a pesar de sus imperfecciones,  no cesa de cabalgar hacia el progreso.
Estados Unidos ha sido por décadas una muestra de lo que se puede progresar sin tener que recurrir a una explosión de violencia continua como sucede con las revoluciones. No existe producto humano perfecto y menos una nación en la que confluyen numerosas voluntades con intereses y apetencias diferentes, no obstante, es posible conciliar esas diferencias en aras de mejorar las condiciones de vida de las mayorías y a la vez avanzar en el disfrute de los derechos ciudadanos.

Este país ha logrado crear condiciones precisas para satisfacer las querencias más humanas,  un ambiente donde las esperanzas de  una vida mejor pueden hacerse realidad. 

Cierto que el sueño americano no es alcanzado por todos, pero es posible soñar, cuando en otros lugares solo se vive en pesadillas. Las condiciones para andar y construir están a la vera del camino, simplemente hay que estar dispuesto al esfuerzo, al trabajo, porque la expresión de que no hay almuerzo gratis no es peyorativa de esta sociedad, sino la afirmación de que todos estamos obligados a trabajar por nuestro progreso y a respetar el derecho de los demás, en resumen, es un país que no podemos perder.