Pedro Corzo
Sin dudas que el
proceso de Sucesión en Cuba ha culminado exitosamente para el régimen y en
consecuencia los Castro, los amos del juego, han determinado que es
mandatorio iniciar un proceso de transición que les garantice a ellos y a toda
la nomenclatura, la impunidad de sus crímenes y la conservación de las riquezas
adquiridas.
La transición que
procuran no está orientada a cambios políticos o ideológicos en el liderazgo
del país, por lo que no es de esperar que conduzca al establecimiento de un
gobierno democrático y respetuoso de los derechos humanos.
No hay semejanza con
lo que ocurrió en España o bajo las dictaduras militares latinoamericanas de
los ochenta, porque el propio Raúl Castro, la máxima representación del
antiguo régimen, se ha auto conferido cinco años más de gobierno, tiempo
suficiente para atar, al menos por unos años más, a los herederos designados,
que inexorablemente se irán distanciando de las ideas y postulados de los
mentores que los condujeron al gobierno.
La gerontocracia
cubana intenta realizarse una cura en salud. Están conscientes que la biología
se impone y desde hace cierto tiempo aspiran a blindarse dejando en el poder a
dirigentes jóvenes en edad, pero caducos en pensamiento como sus mentores, aunque
en realidad la práctica ha demostrado que los elegidos eran genuinos
representantes de la obra más acabada del régimen, “individuos con doble
moral”.
La decisión en la
última reunión de la ilegítima Asamblea Nacional de Cuba de designar un segundo
jefe de gobierno muchos más joven que la cúpula en el poder, es una estrategia
que está prevista desde hace cierto tiempo, porque desde hace muchos años los
Castro vienen situando en lugares claves a potenciales herederos, que
aunque inflexibles e intolerantes como sus jefes, ocultaban muy bien sus
propias ambiciones y planes en lo que respecta al poder, y en consecuencia como
conducir la nación cuando arribaran al poder real.
Hay que tener
presente a funcionarios como Felipe Pérez Roque, del qué se dijo era quien
mejor interpretaba el pensamiento del Comandante en Jefe.
Pérez Roque, como su
par, Roberto Robaina y el más encumbrado Carlos Lage, entre otros defenestrado
con anterioridad, llegaron a creerse que habían ascendido a las altas esferas
por méritos propios, que tenían autoridad para tomar decisiones,
hacer propuestas y pensar con independencia, ilusión que pagaron con creces.
La realidad es que la
ingeniería social del castrismo ha sido otro fracaso más entre los muchos
empeños de la dictadura.
La convicción de la
nomenclatura de que las nuevas generaciones, en particular los que ocupan
posiciones claves en las instituciones del estado compartan su visión e
intereses, ha sido frustrada en numerosas ocasiones sin embargo no tienen otra
alternativa que seguir procurando, en el marco del Gobierno y del Partido,
encontrar el imprescindible relevo que les garantice en alguna medida la
prolongación del proyecto.
En Cuba no se han
producido cambios estructurales que permitan avizorar un proceso genuino de
transición. El poder continúan en manos de los moncadistas, lo generales y
doctores que asumieron la conducción de la República hace más de cinco décadas,
siguen controlando de forma absoluta el poder.
El nombramiento de
Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, como primer vicepresidente del Consejo
de Estado y de Ministro reviste importancia, pero la designación por sí misma
no permite pensar que el país se orienta a un cambio genuino, porque la
posición que ha pasado a ocupar es por su lealtad al Proyecto, no porque haya
mostrado disposición a cambiar la situación del país.
Por otra parte el
poder en Cuba esta centralizado en el Partido Comunista, una corporación
mafiosa más que ideológica-política, que según la constitución "es
la vanguardia organizada de la nación cubana", y en consecuencia la
institución que determina el curso del gobierno y el estado, aunque en realidad
las decisiones fundamentales no la toma el pleno de los lideres de esa
institución, sino un pequeño círculo de altos dirigentes, en particular los que
integran el Buro Político.
Hay que tener
presente que Fidel Castro dejó la jefatura de gobierno antes de renunciar a la
dirección del Partido y que el segundo secretario del Partido continua
siendo José Ramón Machado Ventura.
Diaz-Canel es un alto
funcionario gubernamental como lo fue Carlos Lage, pero su eventual acceso,
sino se produce un imponderable a las primeras posiciones del país, solo puede
ocurrir si junto al cargo gubernamental va escalando posiciones claves en el
Buro Político del PCC al que pertenece.
Al menos en lo que al
Poder respecta Raúl Castro ha copiado el modelo chino. Desde la década del 90
en el país asiático el liderazgo del Partido y del Gobierno, ambos bien atados,
se relevan cada diez años como ha determinado para Cuba el Sucesor en Jefe.
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